El caudillismo es un
fenómeno político y social surgido durante el siglo XIX en Latinoamérica.
Consiste en la llegada en cada país de líderes carismáticos cuya forma de
acceder al poder y llegar al gobierno estaba basada en mecanismos informales y
difusos de reconocimiento del liderazgo por parte de las multitudes, que
depositaban en "el caudillo" la expresión de los intereses del
conjunto y la capacidad para resolver los problemas comunes. El caudillismo fue
clave para la dictadura y luchas entre partidos políticos del siglo XIX. El
poder de los caudillos se basaba en el apoyo de fracciones importantes de las
masas populares. Este apoyo popular se tornaba en su contra cuando las
esperanzas puestas en el poder entregado al caudillo se veían frustradas, y se
decidía seguir a otro caudillo que lograra convencer de su capacidad de mejorar
el país o la provincia.
Algunos de los caudillos
de mayor influencia fueron: José Antonio Paz, Antonio Guzmán Blanco y José
Tadeo Monagas.
Presidencialismo es el
sistema de organización política en que el presidente de la república es
también jefe del poder ejecutivo, es unipersonal, aunque se auxilia de
organismos para cumplir sus diversas funciones, tanto en la administración
pública como en la gobernabilidad. Se otorga preponderancia de forma
constitucional al poder ejecutivo, en detrimento de la división de poderes y
autonomía de los órganos de gobierno, que debe imperar en México.
Si bien el periodo de
luchas bélicas de la revolución en México duró diez años, de 1910 a 1920, el de
las contiendas ideológicas duraría veinte, de 1920 a 1940. Este último inició
con el ascenso de Obregón a la presidencia de la nación, cuando nuestro país aún
no sabía si seguir el camino de los caudillos o el de las instituciones.
Obregón, caudillo,
planteó, al menos en la proclama de Nogales que lanzó su candidatura en 1919,
la necesidad de formar organismos políticos nacionales. Entendía como expresión
nacional ideológica de su momento a dos principios, el conservador y el
liberal. Y proponía la libre participación de ambos, en contienda abierta.
Vino después su
presidencia, seguida de la de Plutarco Elías Calles, quien días después de su
toma de posesión reconoció que “el movimiento revolucionario ha entrado en su
fase constructiva” y así fue cómo se dio a la tarea de iniciar la
reconstrucción económica nacional, aunque en lo ideológico la nación se agitaba
entre varios problemas: la pugna religiosa, iniciada por el mismo Calles, quien
intentó imponer su visión jacobina a la nación, y por el otro la enorme
proliferación de partidos políticos, miles en realidad en el país, que tejían y
entretejían la enorme y compleja madeja política nacional de acuerdo con
circunstancias electorales momentáneas, muchas de ellas regionales.
Bajo este panorama
transcurrió el cuatrienio de Plutarco Elías Calles, y en su informe final,
después del asesinato del presidente reelecto, Alvaro Obregón, Calles dijo que
la nación debía ya: “pasar de una vez por todas de la condición histórica del
país de un hombre a la de nación de instituciones y de leyes” y agregó unos
párrafos que casi han quedado olvidados en nuestros días de su mensaje final,
proponiendo permitir “a la reacción política y clerical” la discusión abierta,
a “la lucha de ideas.” Meses después sería integrado el Partido Nacional
Revolucionario, cuyo primer presidente sería el mismo Calles.
En la presidencia de la
república, a Calles le sucedería un interregno de seis años, hasta 1934. Y fue
precisamente durante este periodo cuando el PNR lanzó la candidatura de Pascual
Ortiz Rubio, que tuvo como contendiente al más grande filósofo que haya visto
la época contemporánea de nuestro país, José Vasconcelos, quien a su llegada a
México desde el exilio para iniciar su campaña política, pronunció, aquí en
Nogales precisamente, la frase de que "la revolución necesita, por fin,
llegar a los espíritus." Sin embargo, esa candidatura fue acremente
combatida por el gobierno de Calles con encarcelamientos, persecuciones y
muertes como la masacre de Topilejo, con el resultado oficial de 1.8 millones
de votos de Ortiz contra 106,000 de
Vasconcelos, y así asumió Ortiz la presidencia.
Sin embargo, los problemas
en la sucesión presidencial indicaban que el poder de Calles iba menguando,
hasta que finalmente Lázaro Cárdenas se encargó de deshacerse del callismo en
1936. Después terminaría la contienda religiosa, para en seguida dar comienzo a
una campaña nacional de redistribución de la tierra y de recuperación para el
país de los recursos del subsuelo, siendo el petróleo el de mayor impacto.
Sin embargo, al final de
su sexenio dio marcha atrás debido a la conjunción de factores opuestos a su
política ideológica. Por ejemplo, para deshacerse de los callistas, Cárdenas
había tenido que aliarse con grupos regionales conservadores, “saltimbanques y
girasoles” como les llamaría alguien, quienes únicamente se subieron al carro
cardenista por conveniencia personal, y al aproximarse el final del sexenio
quienes lo habían sostenido cambiaron de bandera, amenazando con destruir la
obra de Cárdenas.
Como nos recuerda Alan
Knight: “Entre 1938 y 1940, enfrentándose a series dificultades económicas y
retos políticos, la administración dio marcha atrás.” En lo político, en 1939,
ya a finales del sexenio de Lázaro Cárdenas, se había integrado el Partido
Acción Nacional; mientras que en lo económico, el ejido colectivo fallaba
debido a la corrupción gubernamental, a la vez que los ferrocarriles
nacionalizados habían sufrido un desastroso accidente en abril de 1939 que
llevó a la renuncia en masa del Consejo de Administración de los Ferrocarriles,
seguida de la del dirigente sindical ferroviario. Sin embargo, posiblemente el
principal signo del viraje ideológico lo provocó la solución de la disputa de
la compañía ASARCO, la principal compañía minera del país. Para entonces, los
ingresos nacionales petroleros y de minería habían sufrido una enorme caída por
las políticas nacionalistas del país, y fue entonces que el gobierno cardenista
promovió una solución amigable a los intereses de ASARCO. La razón: esta
compañía realizaba adelantos en los pagos de sus impuestos al gobierno
mexicano, ingresos que ayudaban mucho a la apretada situación financiera del
país.
Así fue cómo Cárdenas
escogió al moderado Manuel Avila Camacho para que le sucediera, cuando todos
pensaban que el elegido sería Francisco Múgica, quien comulgaba con las
políticas redistributivas del mismo Cárdenas.
De esta manera, el mismo
Cárdenas se encargó de terminar con la política que él mismo había impuesto.
Posiblemente quien mejor haya descrito lo que vino después sea Alan Knight,
quien lo ha resumido así: “Después de 1940, las instituciones claves del
cardenismo –el ejido y la educación socialista, la CTM, la CNC y PRM; Pemex y
los Ferrocarriles Nacionales- a duras penas cumplían las esperanzas de la
década de mediados de los 1930; ni tampoco, para ponerlo de otra manera,
cumplieron los temores de los hombres de negocios y conservadores. El cascarón
institucional del cardenismo permaneció, aunque su dinámica interna se había
perdido. En otras palabras, la carreta había sido secuestrada por nuevos
choferes quienes regresaron la máquina, subieron a gente nueva, y se dirigieron
en una dirección totalmente distinta.”
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